Frente a lo que antes fue una de las discotecas más emblemáticas del país, hoy hay flores marchitas, velas consumidas y fotos con tinta corrida por la lluvia y el tiempo.
Algunas imágenes ya están rotas, otras arrugadas, pero todas cargadas del peso de la ausencia. No hay mirada viva en esas fotografías; parecen perder lentamente la memoria de quienes fueron.
Los asistentes a la misa conmemorativa, celebrada esta mañana, llegaron con camisetas estampadas con los rostros de sus seres queridos.
El silencio, interrumpido por cantos religiosos y oraciones, era la forma común de comunicación en un espacio donde las palabras no alcanzan.
“Aquí venía mi hermano todos los viernes. No había forma de sacarlo de este lugar”, compartió Efraín Méndez, que perdió a su único hermano, de 35 años, en el desastre.
“Hoy vengo por él. Para que sepa que no lo olvidamos. Para que se sepa que no fue un número, fue una vida”, agregó con el rostro cubierto por la tristeza.
La tragedia del Jet Set se convirtió en uno de los peores desastres civiles del país en décadas. En cuestión de segundos, un espacio destinado al entretenimiento se volvió una trampa mortal.