La icónica escena de “Cuando Harry encontró a Sally” (1989) donde Meg Ryan finge un orgasmo en un restaurante lleno de gente sigue siendo, 36 años después, un reflejo de una realidad que persiste en los dormitorios: la actuación del placer femenino.
Un reciente estudio realizado por Womanizer, empresa especializada en bienestar sexual, revela que de 500 mujeres encuestadas, solo el 38% afirma no haber fingido nunca un orgasmo. La brecha es significativa cuando se compara con los hombres: según una investigación de Muehlenhard y Shippee en 2009, el 25% de los hombres frente al 50% de las mujeres habían simulado un orgasmo al menos una vez.
Según lo citado por la Revista Vogue España, durante siglos el constructo social desvinculó el placer de la sexualidad femenina. A pesar de los avances, las mujeres continúan fingiendo orgasmos principalmente por: El deseo de complacer a la pareja y no herir sus sentimientos
La falta de excitación adecuada
El miedo al rechazo o a ser juzgadas
La ausencia de asertividad sexual
Un “guion sexual” preestablecido que prioriza el placer masculino
Lo más revelador es la llamada “brecha orgásmica”: mientras que las mujeres heterosexuales alcanzan el orgasmo en un 65% de sus encuentros, las lesbianas o bisexuales lo hacen en un 83%, cifra mucho más cercana al 90% de los hombres heterosexuales, según datos recogidos por Frederick et al. en 2018.
Ana Lombardía, psicóloga y sexóloga, advierte sobre los efectos negativos de esta práctica: “Cuando se finge un orgasmo, estamos negando nuestro placer, dejándolo a un lado y renunciando a él. Nos resignamos a no sentirlo, apartando toda posibilidad de conseguirlo”.
Cecilia Bizzotto, socióloga y portavoz de JOYclub España, añade que fingir repetidamente puede llevar a asociar el sexo con una actividad poco placentera, desarrollando bajo deseo sexual y experimentando emociones negativas como culpa, vergüenza e inseguridad.