Por Anthony Fauci
Después de pasar más de 50 años persiguiendo y combatiendo virus, uno contraatacó y estuvo a punto de acabar conmigo. Hablo del virus del Nilo Occidental, transmitido por el animal más mortífero del planeta: el mosquito.
No me infecté durante ninguno de mis viajes internacionales a lo largo de los años, sino muy probablemente mientras estaba fuera de mi casa en Washington DC. A mediados de agosto me sentía débil y agotado, pero lo atribuí a un reciente caso de COVID-19. Aunque había dado positivo en las pruebas de covid más de un mes antes, experimenté un rebote de los síntomas después de tomar el tratamiento con Paxlovid. Quizás todavía tenía síntomas persistentes que acabarían por desaparecer.
Pero no fue así. Al contrario, empecé a experimentar una fatiga y un agotamiento graves e inexplicables, que culminaron con mi ingreso en un hospital el 16 de agosto, delirante e incoherente, con una temperatura de 39 grados. Recuerdo muy poco de los cinco días y medio que pasé en el hospital, salvo que nunca me había sentido tan mal en mi vida. Mis médicos supusieron que tenía septicemia y me trataron con antibióticos. Al cabo de varios días, me bajó la fiebre y me dieron el alta con antibióticos sin un diagnóstico claro. Eso cambió al día siguiente, cuando los análisis de sangre revelaron que tenía el virus del Nilo Occidental.
No hay tratamiento para la enfermedad del virus del Nilo Occidental, y me tocó lidiar con los estragos que causó en mi cuerpo. Fue aterrador. No podía mover las piernas hacia un lado de la cama para sentarme sin ayuda de mi esposa y mis tres hijas. No podía ponerme de pie sin ayuda y, desde luego, no podía caminar. Una parte muy aterradora de la terrible experiencia fue el efecto en mi cognición. Estaba desorientado, era incapaz de recordar ciertas palabras, hacía preguntas a mi familia de las que debería haber sabido las respuestas. Temía que nunca me recuperaría ni volvería a la normalidad.
Por fortuna, al cabo de unas semanas empezó una lenta mejoría. Pude caminar con un andador y luego sin ayuda. Ahora puedo andar unos cuantos kilómetros al día solo con una fatiga mínima, y mis problemas cognitivos se han resuelto por completo. Voy camino de una recuperación total, pero ha sido una experiencia angustiosa.
Cuento mi historia porque el virus del Nilo Occidental es una enfermedad que, para muchas personas, puede tener consecuencias devastadoras y permanentes. A mi edad, 83 años, corría el riesgo de sufrir daños neurológicos permanentes e incluso morir. Sin embargo, el público puede no ser consciente del peligro de esta enfermedad y de su continua propagación por Estados Unidos; este año se ha detectado en 46 estados. Desafortunadamente, se está haciendo muy poco al respecto desde el punto de vista científico y de concienciación pública.
El virus del Nilo Occidental pertenece a la familia de los flavivirus, que también incluye los virus de la fiebre amarilla y el dengue. Se detectó por primera vez en Estados Unidos en la zona de Nueva York en 1999, probablemente llegado desde Medio Oriente o partes de África, donde es frecuente. Los mosquitos adquieren el virus de aves infectadas y lo transmiten a los humanos por picadura. La infección por el virus del Nilo Occidental es, por mucho, la enfermedad transmitida por mosquitos más común en Estados Unidos: desde 1999 se han notificado unos 60.000 casos. El número real de infecciones es seguramente mayor, sin duda de millones, ya que muchos casos no se notifican porque las infecciones suelen ser asintomáticas o se confunden con otras enfermedades comunes como la gripe. Entre los casos notificados en Estados Unidos, más de 30.000 han presentado síntomas neurológicos como los míos, lo que ha provocado unas 23.000 hospitalizaciones y cerca de 3000 muertes.
A medida que el cambio climático facilita la proliferación de mosquitos en muchos lugares, la enfermedad del virus del Nilo Occidental y otras enfermedades transmitidas por mosquitos se perfilan como mayores amenazas en este país y en otros. Sin embargo, los esfuerzos por desarrollar una vacuna o un tratamiento para esta enfermedad son modestos en comparación con los que se realizan para otras enfermedades de importancia para la salud pública.
Comprendo los retos a los que se enfrenta la investigación, ya que he sido director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Institutos Nacionales de Salud desde 1984 hasta 2022. Cuando se identificó por primera vez el virus del Nilo Occidental en Estados Unidos, iniciamos los esfuerzos para desarrollar una vacuna. Sin embargo, nunca pudimos llevar los ensayos de la vacuna más allá de las primeras pruebas, en parte porque el número de casos variaba mucho de un año a otro. Por ejemplo, en 2011 se notificaron unos 700 casos y en 2012, más de 5600. Tales fluctuaciones hacen casi imposible tener un número de casos lo suficientemente consistente como para demostrar que una vacuna era eficaz para prevenir la infección. La misma frustración se aplica al desarrollo de medicamentos antivirales. Debido a que el número de pacientes es tan inconsistente, las empresas farmacéuticas carecen de incentivos financieros para hacer grandes inversiones en el desarrollo de fármacos y vacunas para el Nilo Occidental.
Entonces, ¿cómo hacer frente a esta nueva amenaza para la salud pública? El desarrollo de vacunas debe seguir adelante; sin embargo, para tener éxito, los ensayos clínicos deben ser internacionales e incluir países con un número constante y elevado de casos cada año. El camino hacia una vacuna no puede estar solo en Estados Unidos. Las asociaciones público-privadas mundiales entre los Institutos Nacionales de la Salud y la industria farmacéutica han demostrado históricamente su éxito en el desarrollo de varias vacunas importantes, como las de la hepatitis B y la covid. No hay razón para que esto no ocurra también con la vacuna contra el virus del Nilo Occidental.
Lo mismo puede decirse del desarrollo de medicamentos antivirales. No existe ningún obstáculo científico insalvable para desarrollar fármacos antivirales seguros y eficaces contra la infección por el virus del Nilo Occidental. La industria farmacéutica, en colaboración con los Institutos Nacionales de la Salud y otros socios, ha tenido un éxito notable en el desarrollo de fármacos eficaces para otras infecciones víricas emergentes. Entre los ejemplos se incluyen fármacos que salvan vidas para la infección por el VIH, terapias para la infección por hepatitis C y fármacos útiles para la COVID-19 y la gripe. Con asociaciones internacionales de investigación y la voluntad política espoleada por una comunidad de activistas comprometida, como hemos visto con el VIH y ahora con la covid persistente, los tratamientos contra el virus del Nilo Occidental y las herramientas de prevención deberían estar a nuestro alcance.
Cuando regresé del hospital y yacía en la cama, desorientado e incapaz de incorporarme, había poco que ofrecerme, salvo el apoyo y el cariño tan apreciados de mi familia. ¿Iba a ser yo uno de los afortunados que se recuperaron por completo, o quedaría discapacitado para siempre? Hay muchas personas que no han tenido tanta suerte como yo en mi recuperación. Hay que dedicar muchos más recursos a hacer frente a esta amenaza ahora, no cuando la amenaza se convierta en una crisis aún mayor. Como sociedad, no podemos aceptar este statu quo.
Anthony Fauci es profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Georgetown y de la Escuela McCourt de Políticas Públicas de dicha universidad.
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