Estamos inmersos desde hace muchos años en un estado de permisividad y blandenguería en los momentos en que se debe ser implacable y actuar con toda la energía y dureza para darle solución a casos que inciden directa o indirectamente sobre la sociedad en general.
No es posible ni plausible que la población pase por alto olímpicamente, muchas situaciones enojosas y contrarias a las leyes y a las buenas costumbres.
Decididamente, hay que poner un alto a las tantas barbaridades, que aunque en algunos casos, no aparentan tener mucha importancia, en el fondo, pueden descalabrar y echan por el piso a instituciones creadas para mejorar las relaciones entre sectores fundamentales.
Lo que viene ocurriendo en el Comité Olímpico y en el Colegio de Abogados, por sólo citar dos casos, son un reflejo de la falta de visión de quienes componen esos organismos, pero al mismo tiempo, aunque se les quiera dar visos de autonomía, las autoridades también son culpables de lo que ocurre, dado que hay que ponerle coto a tantas violaciones, aunque para no actuar se alegue que son organismos autónomos.
Sin embargo, la realidad es que esos dos organismos, en gran parte reciben la mayoría de sus recursos económicos por parte del Estado, que entiende que tienen el deber de ejercer funciones para el bien común.